Una lucecita húmeda de quince años
600 chicas de 13 a 24 años desaparecieron desde enero de 2007 hasta hoy y casi no se habla. En la cifra no están incluidas las dominicanas ni las paraguayas, porque no hay parientes que hagan la denuncia y porque además no existen. El reclamo de los amigos, los conocidos o los desconocidos no se toma en cuenta. Una realidad cruenta y sórdida que nos envuelve a todos.
La noticia dice: “Misiones: Repatrían a una adolescente que ejercía la prostitución en Brasil”. La palabra “repatriar” me lleva a pensar en restos. Aunque también se aplique a las personas, no sé por qué, creo que lo que vuelve siempre es mucho menos que lo que se fue. En el titular menciona también que la chica “ejercía la prostitución” como si se tratara de una profesión estudiada y elegida. Como si fuera una arquitecta que se fue a instalar su estudio a Puerto Madero. Después nos enteramos que la que se fue y volvió es una nena de quince años que a los doce había entrado a Brasil, en canoa, por un paso no habilitado. No nos dicen quiénes, cómo ni por qué se la llevaron. Pasaron tres años, es decir tres siglos. Tenía once hermanos. La familia no denunció su desaparición. Al menos ésa es la versión oficial, y así parece que la hubiesen dejado ir con tristeza y alivio, sin saber muy bien dónde terminaba una y empezaba el otro. Indocumentada, la detuvieron en Crissiumal, Rio Grande do Sul. Intervinieron dos jueces, un cónsul y la gendarmería para mandarla de vuelta. Ahora su familia no la recibe. No quieren o no pueden. O ya todos se han gastado tanto que ni siquiera saben reconocerse entre ellos. No podemos permitirnos el asombro. Mordida por la vergüenza y el hambre, esa familia también somos nosotros. La hemos repatriado, decimos, pero ¿a qué patria? Sólo la hemos trasladado de un exilio a otro. ¿Y para qué? Para obligarla a arder en la noche con esa lucecita húmeda de los quince años que muy pronto se le irá en cenizas.
600 chicas de 13 a 24 años desaparecieron desde enero de 2007 hasta hoy y casi no se habla. En la cifra no están incluidas las dominicanas ni las paraguayas, porque no hay parientes que hagan la denuncia y porque además no existen. El reclamo de los amigos, los conocidos o los desconocidos no se toma en cuenta. Una realidad cruenta y sórdida que nos envuelve a todos.
La noticia dice: “Misiones: Repatrían a una adolescente que ejercía la prostitución en Brasil”. La palabra “repatriar” me lleva a pensar en restos. Aunque también se aplique a las personas, no sé por qué, creo que lo que vuelve siempre es mucho menos que lo que se fue. En el titular menciona también que la chica “ejercía la prostitución” como si se tratara de una profesión estudiada y elegida. Como si fuera una arquitecta que se fue a instalar su estudio a Puerto Madero. Después nos enteramos que la que se fue y volvió es una nena de quince años que a los doce había entrado a Brasil, en canoa, por un paso no habilitado. No nos dicen quiénes, cómo ni por qué se la llevaron. Pasaron tres años, es decir tres siglos. Tenía once hermanos. La familia no denunció su desaparición. Al menos ésa es la versión oficial, y así parece que la hubiesen dejado ir con tristeza y alivio, sin saber muy bien dónde terminaba una y empezaba el otro. Indocumentada, la detuvieron en Crissiumal, Rio Grande do Sul. Intervinieron dos jueces, un cónsul y la gendarmería para mandarla de vuelta. Ahora su familia no la recibe. No quieren o no pueden. O ya todos se han gastado tanto que ni siquiera saben reconocerse entre ellos. No podemos permitirnos el asombro. Mordida por la vergüenza y el hambre, esa familia también somos nosotros. La hemos repatriado, decimos, pero ¿a qué patria? Sólo la hemos trasladado de un exilio a otro. ¿Y para qué? Para obligarla a arder en la noche con esa lucecita húmeda de los quince años que muy pronto se le irá en cenizas.
Miguel A. Semán / Periodista
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