La realidad es tal que estamos vinculados de modo profundo a nuestro grupo familiar, a nuestra familia. Queremos y debemos sin duda pertenecer a esta familia, a esta raza, a este idioma. No podemos huir de ello. Tampoco lo queremos ya que una instancia interior nos mantiene unidos a este grupo. Hagamos lo que hagamos, si es a pedido de este vínculo, aunque sea algo malo nos percibimos como inocentes. Y todo lo que pone en peligro este vínculo, aunque sea algo bueno, lo vivimos como culpa. Esta fuerza es la consciencia.
Esta consciencia nos maneja utilizando los sentimientos de culpa e inocencia con la meta siempre de mantener nuestra pertenencia al grupo y de reforzar el vínculo por nuestros actos. Claro está que personas de otras culturas difieren de nosotros por lo que para ellas es bueno o malo. Ellas tienen otra conciencia, que las vincula a su cultura y a su grupo. Así es como surgen conflictos entre los grupos, por su fidelidad a la consciencia de cada grupo. Del mismo modo que nuestra consciencia nos ata a nuestro grupo, de igual manera nos separa de los otros. Esta consciencia es fuente de guerra y de todos los conflictos.
Una situación sencilla a modo de ejemplo. Un hombre se ha casado con una mujer. Son originarios de dos familias distintas, con valores distintos cada una. Ella, la mujer, tiene otra consciencia que el hombre. Ahora bien, quiere intentar comportarse como en su propia familia corresponde. Si el hombre le cede, tendrá mala consciencia. Y al revés también. Si ella le cede, tendrá ella mala consciencia. Luego tienen hijos, el hombre queriendo educarlos según su consciencia y la mujer según la suya. El niño queda confundido. Entonces adapta su comportamiento en función de con quien está. Cuando tiene buena consciencia con su madre, le falla al padre y viceversa. Por esto a menudo los hijos ocultan su fidelidad al otro progenitor.
Sin embargo, con esta consciencia nos mantenemos al nivel del niño. Progreso y desarrollo sólo son posibles si crecemos por encima de los límites de esta consciencia. ¿Qué significa esto? Pues, que podemos acoger dentro de nosotros lo ajeno que hemos rechazado y darle en nosotros un lugar. Gracias a esta actitud nos enriquecemos y servimos el bienestar de todos de manera óptima.
Esta consciencia nos maneja utilizando los sentimientos de culpa e inocencia con la meta siempre de mantener nuestra pertenencia al grupo y de reforzar el vínculo por nuestros actos. Claro está que personas de otras culturas difieren de nosotros por lo que para ellas es bueno o malo. Ellas tienen otra conciencia, que las vincula a su cultura y a su grupo. Así es como surgen conflictos entre los grupos, por su fidelidad a la consciencia de cada grupo. Del mismo modo que nuestra consciencia nos ata a nuestro grupo, de igual manera nos separa de los otros. Esta consciencia es fuente de guerra y de todos los conflictos.
Una situación sencilla a modo de ejemplo. Un hombre se ha casado con una mujer. Son originarios de dos familias distintas, con valores distintos cada una. Ella, la mujer, tiene otra consciencia que el hombre. Ahora bien, quiere intentar comportarse como en su propia familia corresponde. Si el hombre le cede, tendrá mala consciencia. Y al revés también. Si ella le cede, tendrá ella mala consciencia. Luego tienen hijos, el hombre queriendo educarlos según su consciencia y la mujer según la suya. El niño queda confundido. Entonces adapta su comportamiento en función de con quien está. Cuando tiene buena consciencia con su madre, le falla al padre y viceversa. Por esto a menudo los hijos ocultan su fidelidad al otro progenitor.
Sin embargo, con esta consciencia nos mantenemos al nivel del niño. Progreso y desarrollo sólo son posibles si crecemos por encima de los límites de esta consciencia. ¿Qué significa esto? Pues, que podemos acoger dentro de nosotros lo ajeno que hemos rechazado y darle en nosotros un lugar. Gracias a esta actitud nos enriquecemos y servimos el bienestar de todos de manera óptima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario