Hemos pasado la mayor parte de nuestro tiempo como machos de la especie organizando las distintas sociedades sobre la base de diferentes y eficaces estructuras de dominación. Estructuras de dominación que empezamos por aplicar a nuestro entorno más inmediato, nuestras mujeres, nuestros hijos o los miembros de nuestro clan, para a continuación extenderlas a los distintos escenarios sociales. Así, a partir de ese primer momento, volvimos la mirada a nuestros vecinos, después a nuestros conciudadanos, a todos aquellos que vivían al otro lado de nuestras fronteras, y de esta forma, a través de un proceso inexorable, hemos conseguido que este tipo de estructuras imperen y constituyan, más o menos, el común denominador de las relaciones entre los individuos de nuestra especie.
Junto a esta tendencia ciertamente hegemónica, siempre ha existido otra que ha postulado que las relaciones de los individuos humanos entre sí y con el entorno no deben plantearse en términos de exclusión, antagonismo ydominación, sino en clave de diálogo y cooperación.
Desde esta perspectiva, la expresión "lucha de sexos" no sería más que una forma eufemística de denominar la primera y más esencial de las dominaciones ejercidas hasta ahora, la del hombre, la del individuo macho de la especie humana, sobre la del individuo hembra de su misma especie.Hasta ahora hemos estado demasiado ocupados, demasiado absorbidos en conjugar un puñado de infinitivos: Vigilar, controlar, organizar, dominar, decidir, ordenar, juzgar, premiar, castigar..., olvidándonos clamorosamente de otros tales como: Comprender, acompañar, sentir, unir, ayudar, dialogar, ofertar...A través de los siglos, con excepciones relativas a épocas, individuos, o incluso culturas radicadas en grupos sociales muy determinados, hay algo que no hemos hecho, y esto no es otra cosa que ser padres. Hemos querido ser sólo hombres renunciando casi por entero a ser padres, reduciendo la paternidad a un mero asunto de filiación, de heráldica o de registro civil, o incluso de ADN, según los tiempos.
En estos últimos años se ha hablado largo y tendido de la crisis de identidad del varón, orientando tal crisis, casi de forma unánime, hacia el ámbito de la sexualidad: La toma de conciencia de la mujer, su ubicación en el sitio natural que le corresponde, es decir en paridad de igualdad con el hombre, nos ha hecho descender de nuestro trono sexual, es decir, a partir de ahora, tenemos que entrar en diálogo, en diálogo de cuerpos, de sentimientos, de deseos con nuestras ya no tan obedientes compañeras.Pero sin embargo, se echa en falta en todo este discurso, una reflexión del papel de la paternidad como idea generadora de un cambio profundo de actitudes y valores, de los hombres frente a sí mismos y, por extensión,frente a la sociedad.Conozco muchos hombres a los que en su cotidianidad son tenidos por personas normales, muchos hombres que tienen mujeres con las que conviven y con las que tienen hijos. Hombres cuyas vidas están perfectamenteestructuradas en torno a los patrones habituales del grupo en el que viven. Ofrecen a la sociedad lo que ésta espera de ellos. De estos hombres se dice que son trabajadores, ambiciosos, pusilánimes... que son esto, o aquello, lo uno o lo otro, o todo a la vez...
Pero conozco a muy pocos hombres de los que se pueda decir que son, ante todo y esencialmente, padres de sus hijos o hijas.
Creo que nuestra gran aventura como hombres es repensar nuestra conducta desde la paternidad. El valor-matriz de la conducta masculina ha sido la dominación en sus más diversas y perfeccionadas formas: en eso hemos llegado a ser tristemente grandes maestros. Se trata de conformar un nuevo código, de alumbrar una nueva idea seminal en torno a la que organizar un modelo social distinto.Hasta ahora hemos ejercido la paternidad desde la distancia. No hemos hablado de nuestros hijos, sino sobre nuestros hijos. El ineludible diálogo que todos estamos obligados a entablar con el mundo, nunca lo hemos hecho a través de ellos y de ellas, sino a través de otros hombres, de otras masculinidades. Normalmente, en el mejor de los casos, nos hemos limitado a diseñar sus grandes itinerarios formativos e incluso vitales, a planificarsus tempranas singladuras, a dirigirlos, ordenarles, rectificar sus caminos según nuestra lógica... pero no nos hemos dado cuenta que no se trataba de indicar la ruta a seguir, sino de andar el camino con ellos. Hemos aceptado jugar muy pobres papeles: Casi siempre el del que intervine a ultima hora para modificar una realidad que desconoce, haciéndolo, casi siempre, de forma punitiva e incomprensible para nuestros hijos e hijas.Renunciar a la paternidad o ejercerla desde unos postulados tan paupérrimos, es una forma de renunciar a nuestra soberanía como individuos, a la vez de privar a la comunidad de una interlocución absolutamente necesaria.Muchos hombre viven al lado, sobre, o contra sus hijos, pero pocos viven con sus hijos e hijas, y todavía son menos los que deciden hacer de la paternidad una clave privilegiada de interpretación y transformación de lasociedad.Hemos convertido la paternidad en un concepto huero, ejerciéndola casi siempre desde posiciones autoritarias, cuando no de pura fuerza, en sí mismas, muchas veces palmariamente violentas.Pero, ¿de qué otra paternidad se está hablando?En las mujeres la maternidad es, inicialmente, una vocación biológica, aunque, evidentemente, no es sólo una vocación biológica. En nosotros la paternidad debe ser una opción vital, una elección moral, una idea plásticay conformadora, nuestra primaria forma de ubicarnos en el mundo.Desde aquí me gustaría reivindicar la paternidad que se sitúa por elección cerca del hijo o de la hija, próxima a su cotidianidad, cercana y respetuosa con su desarrollo. La evolución y maduración del ser humano puedeconceptualizarse desde muy diversas perspectivas, a mi juicio, una de las más reveladoras y definitorias de esta maduración humana, es aquella que la presenta como la búsqueda de los referentes últimos de nuestra conducta. Por eso reivindico la paternidad como el lugar de la empatía, como el lugar privilegiado donde se ensayan y se contrastan los referentes vitales de los individuos. Y siendo cercana, y siendo próxima y empática, la paternidad deviene diálogo.La solución de los problemas humanos pasa siempre por la pedagogía y ésta implica siempre trayectorias de ida y vuelta. En la ida aportamos a nuestros hijas e hijos experiencias, conocimientos, gozos y sufrimientos,cimas y abismos, y sería bueno que a la vuelta, nos impregnásemos de sus puntos de vista emergentes, de esa especie de hilo directo que mantienen con algunas realidades para nosotros ya casi olvidadas, de sus primerasvaloraciones, de su maravillosa y admirable pujanza, de esa actitud inaugural que hace aparecer mundos nuevos, donde parecía no haber nada. La paternidad así entendida es el espacio natural del diálogo.Y por supuesto, es absolutamente necesario referirse a la paternidad-ternura. La hombría más notable, la masculinidad más afirmada, se dignifican y acrecientan entre pañales y biberones. Los hombres no podemospermitirnos más el permanecer ajenos e insensibles ante el llanto de nuestros hijos, su olor primero, las innumerables delicadezas de su breve anatomía, esa sonrisa que de tan pura parece de otro mundo, y sin embargo nos indica el verdadero camino de este mundo. Digamos a nuestros hijos que los queremos, y si viene a cuento, digámoslo en público. Gocemos de nuestros hijos de nuestras hijas recuperando, reclamando también para nosotros, tantas y tantas ocupaciones que hasta ahora hemos dejado a sus madres.Seamos vulnerables, sentimentales, tiernos, humanos... seamos padres...De nada nos servirán los cambios efectuados en el concepto de familia, profundos e importantes en sí mismos, sino van acompañados, de un diferente concepto de la masculinidad, que esté fundado en la paternidad. No se trata de repartir el poder según fórmulas más igualitarias, o incluso exquisitamente igualitarias, sino que más bien la tarea consiste en definir y articular un poder entre iguales. En este reto no podemos quedar al margen los hombres, y eso pasa por dejar de comportarnos como guerreros y dominadores y empezar a hacerlo básicamente como padres.En contra de lo que puede pensarse, muchas veces reivindicar lo obvio no es algo inútil, sino que suele ser el único camino posible para alumbrar nuevos valores y actitudes ante nuestros iguales.En nuestras sociedades faltan muchas miradas; Pero quizás la mirada que a los hombres nos está faltando con más urgencia sea la mirada del padre. Si miramos como padres, aparecerán otros lugares y divisaremos nuevoshorizontes, entonces no necesitaremos dominar, ni violentar el mundo, sino tan sólo compartirlo, dialogarlo y transmitirlo...Ese es el gran reto de la masculinidad, nuestro gran reto pendiente, nuestro gran reto siempre pospuesto.
Junto a esta tendencia ciertamente hegemónica, siempre ha existido otra que ha postulado que las relaciones de los individuos humanos entre sí y con el entorno no deben plantearse en términos de exclusión, antagonismo ydominación, sino en clave de diálogo y cooperación.
Desde esta perspectiva, la expresión "lucha de sexos" no sería más que una forma eufemística de denominar la primera y más esencial de las dominaciones ejercidas hasta ahora, la del hombre, la del individuo macho de la especie humana, sobre la del individuo hembra de su misma especie.Hasta ahora hemos estado demasiado ocupados, demasiado absorbidos en conjugar un puñado de infinitivos: Vigilar, controlar, organizar, dominar, decidir, ordenar, juzgar, premiar, castigar..., olvidándonos clamorosamente de otros tales como: Comprender, acompañar, sentir, unir, ayudar, dialogar, ofertar...A través de los siglos, con excepciones relativas a épocas, individuos, o incluso culturas radicadas en grupos sociales muy determinados, hay algo que no hemos hecho, y esto no es otra cosa que ser padres. Hemos querido ser sólo hombres renunciando casi por entero a ser padres, reduciendo la paternidad a un mero asunto de filiación, de heráldica o de registro civil, o incluso de ADN, según los tiempos.
En estos últimos años se ha hablado largo y tendido de la crisis de identidad del varón, orientando tal crisis, casi de forma unánime, hacia el ámbito de la sexualidad: La toma de conciencia de la mujer, su ubicación en el sitio natural que le corresponde, es decir en paridad de igualdad con el hombre, nos ha hecho descender de nuestro trono sexual, es decir, a partir de ahora, tenemos que entrar en diálogo, en diálogo de cuerpos, de sentimientos, de deseos con nuestras ya no tan obedientes compañeras.Pero sin embargo, se echa en falta en todo este discurso, una reflexión del papel de la paternidad como idea generadora de un cambio profundo de actitudes y valores, de los hombres frente a sí mismos y, por extensión,frente a la sociedad.Conozco muchos hombres a los que en su cotidianidad son tenidos por personas normales, muchos hombres que tienen mujeres con las que conviven y con las que tienen hijos. Hombres cuyas vidas están perfectamenteestructuradas en torno a los patrones habituales del grupo en el que viven. Ofrecen a la sociedad lo que ésta espera de ellos. De estos hombres se dice que son trabajadores, ambiciosos, pusilánimes... que son esto, o aquello, lo uno o lo otro, o todo a la vez...
Pero conozco a muy pocos hombres de los que se pueda decir que son, ante todo y esencialmente, padres de sus hijos o hijas.
Creo que nuestra gran aventura como hombres es repensar nuestra conducta desde la paternidad. El valor-matriz de la conducta masculina ha sido la dominación en sus más diversas y perfeccionadas formas: en eso hemos llegado a ser tristemente grandes maestros. Se trata de conformar un nuevo código, de alumbrar una nueva idea seminal en torno a la que organizar un modelo social distinto.Hasta ahora hemos ejercido la paternidad desde la distancia. No hemos hablado de nuestros hijos, sino sobre nuestros hijos. El ineludible diálogo que todos estamos obligados a entablar con el mundo, nunca lo hemos hecho a través de ellos y de ellas, sino a través de otros hombres, de otras masculinidades. Normalmente, en el mejor de los casos, nos hemos limitado a diseñar sus grandes itinerarios formativos e incluso vitales, a planificarsus tempranas singladuras, a dirigirlos, ordenarles, rectificar sus caminos según nuestra lógica... pero no nos hemos dado cuenta que no se trataba de indicar la ruta a seguir, sino de andar el camino con ellos. Hemos aceptado jugar muy pobres papeles: Casi siempre el del que intervine a ultima hora para modificar una realidad que desconoce, haciéndolo, casi siempre, de forma punitiva e incomprensible para nuestros hijos e hijas.Renunciar a la paternidad o ejercerla desde unos postulados tan paupérrimos, es una forma de renunciar a nuestra soberanía como individuos, a la vez de privar a la comunidad de una interlocución absolutamente necesaria.Muchos hombre viven al lado, sobre, o contra sus hijos, pero pocos viven con sus hijos e hijas, y todavía son menos los que deciden hacer de la paternidad una clave privilegiada de interpretación y transformación de lasociedad.Hemos convertido la paternidad en un concepto huero, ejerciéndola casi siempre desde posiciones autoritarias, cuando no de pura fuerza, en sí mismas, muchas veces palmariamente violentas.Pero, ¿de qué otra paternidad se está hablando?En las mujeres la maternidad es, inicialmente, una vocación biológica, aunque, evidentemente, no es sólo una vocación biológica. En nosotros la paternidad debe ser una opción vital, una elección moral, una idea plásticay conformadora, nuestra primaria forma de ubicarnos en el mundo.Desde aquí me gustaría reivindicar la paternidad que se sitúa por elección cerca del hijo o de la hija, próxima a su cotidianidad, cercana y respetuosa con su desarrollo. La evolución y maduración del ser humano puedeconceptualizarse desde muy diversas perspectivas, a mi juicio, una de las más reveladoras y definitorias de esta maduración humana, es aquella que la presenta como la búsqueda de los referentes últimos de nuestra conducta. Por eso reivindico la paternidad como el lugar de la empatía, como el lugar privilegiado donde se ensayan y se contrastan los referentes vitales de los individuos. Y siendo cercana, y siendo próxima y empática, la paternidad deviene diálogo.La solución de los problemas humanos pasa siempre por la pedagogía y ésta implica siempre trayectorias de ida y vuelta. En la ida aportamos a nuestros hijas e hijos experiencias, conocimientos, gozos y sufrimientos,cimas y abismos, y sería bueno que a la vuelta, nos impregnásemos de sus puntos de vista emergentes, de esa especie de hilo directo que mantienen con algunas realidades para nosotros ya casi olvidadas, de sus primerasvaloraciones, de su maravillosa y admirable pujanza, de esa actitud inaugural que hace aparecer mundos nuevos, donde parecía no haber nada. La paternidad así entendida es el espacio natural del diálogo.Y por supuesto, es absolutamente necesario referirse a la paternidad-ternura. La hombría más notable, la masculinidad más afirmada, se dignifican y acrecientan entre pañales y biberones. Los hombres no podemospermitirnos más el permanecer ajenos e insensibles ante el llanto de nuestros hijos, su olor primero, las innumerables delicadezas de su breve anatomía, esa sonrisa que de tan pura parece de otro mundo, y sin embargo nos indica el verdadero camino de este mundo. Digamos a nuestros hijos que los queremos, y si viene a cuento, digámoslo en público. Gocemos de nuestros hijos de nuestras hijas recuperando, reclamando también para nosotros, tantas y tantas ocupaciones que hasta ahora hemos dejado a sus madres.Seamos vulnerables, sentimentales, tiernos, humanos... seamos padres...De nada nos servirán los cambios efectuados en el concepto de familia, profundos e importantes en sí mismos, sino van acompañados, de un diferente concepto de la masculinidad, que esté fundado en la paternidad. No se trata de repartir el poder según fórmulas más igualitarias, o incluso exquisitamente igualitarias, sino que más bien la tarea consiste en definir y articular un poder entre iguales. En este reto no podemos quedar al margen los hombres, y eso pasa por dejar de comportarnos como guerreros y dominadores y empezar a hacerlo básicamente como padres.En contra de lo que puede pensarse, muchas veces reivindicar lo obvio no es algo inútil, sino que suele ser el único camino posible para alumbrar nuevos valores y actitudes ante nuestros iguales.En nuestras sociedades faltan muchas miradas; Pero quizás la mirada que a los hombres nos está faltando con más urgencia sea la mirada del padre. Si miramos como padres, aparecerán otros lugares y divisaremos nuevoshorizontes, entonces no necesitaremos dominar, ni violentar el mundo, sino tan sólo compartirlo, dialogarlo y transmitirlo...Ese es el gran reto de la masculinidad, nuestro gran reto pendiente, nuestro gran reto siempre pospuesto.
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