Cuando llevas tres años y pico intentando tener un hijo o una hija y descubres que, ¡al fin!, estáis embarazados... es una experiencia fantástica, plena de felicidad y alegría, es... simplemente increíble. Supongo que si solo llevas buscándolo un mes debe ser igual, porque en ese momento se te olvidan todos los intentos fallidos, las pruebas, los malos momentos, y el tiempo que llevas al borde de la desesperanza.
Pero... cuando descubres que en lugar de uno son dos (aunque, realmente, en nuestro caso eran tres, salvo que en el segundo-tercer mes se perdió uno, por lo que nos quedaron dos preciosidades), entonces, en ese caso, no es que solo increíble, es que es simplemente indescriptible.
Desde ese momento, la vida te cambia y todo gira en torno a ello y, además, con la alegría de que todo gira en torno a ello, sin pesadez alguna, porque es lo que has estado deseando durante mucho tiempo.
Por eso, cuando llega el momento del parto y veo a nuestras dos niñas de 2.700 grs. (más o menos cada una) y las cojo, las toco, las acaricio, las huelo, les cambio el pañal... entonces descubro que no hay nada más grande en este mundo que esas dos personitas tan chiquititas, y que no hay nada ni nadie en este mundo que más necesiten que a su madre y a su padre y, además, aunque nos pueda doler, en ese orden.
Ni por un segundo dudé de mis quince días de permiso de paternidad. Sé que a mi director no le hizo mucha gracia, pero eso me da igual, también es verdad que mi condición laboral me lo permite pues es muy segura, pero creo que, de todas formas, habría luchado por esos días que legalmente me corresponden. Además, en nuestro caso, a la hora del parto hubo una pequeña pero muy molesta complicación para la madre y mi mujer estuvo 10 días tumbada de reposo en la cama... ni quería, ni podía irme al trabajo.
Es más, a los quince días de permiso añadí otros quince días que me pedí sin sueldo (aprovechando el cheque bebé) y eso sí que fue más difícil, porque hay que pedirlos con unos 15 ó 20 días de antelación, pero como nuestras niñas nacieron en período vacacional pues solo pude pedirlos con 6 días de antelación. Creo que mi director se relamía por dentro al tiempo que me decía que no creía que me lo concedieran. Así que cogí la hoja y la llevé yo expresamente a la Delegación de Educación (donde trabajo) y le expliqué todo a la funcionaria que muy amablemente me atendió y escuchó. Lo entendió y me dijo que haría todo lo posible. Justo el día antes de tener que empezar esos días llamé y me dieron la respuesta: está pendiente de firmar, pero está concedido.
Esos 30 días los viví intensamente en todos los sentidos: intensamente feliz, intensamente cansado, intensamente con sueño, intensamente harto de papeleos (registro, subvenciones...), intensamente querido, intensamente queriendo...
Es una experiencia incomparable, indescriptible... disfrutar 24 horas al día durante 30 días de la intimidad del origen de una familia... Mi mujer, mis dos hijas y yo... con visitas esporádicas de amigos y familiares, pero los 4 sólos, disfrutando únicamente del silencio de mirarnos, vernos, acariciarnos, sentirnos... Eso, por mucho que me pida mi muy querido Rafa, sigue siendo muy difícil de describir.
Lo que sí tengo claro es que, por fin, los padres tenemos 15 días para estar acompañando a nuestramujer e hijas. Los quince primeros días de su vida. Es un regalo que nos hacen, es un derecho que tenemos y es nuestra obligación como padres responsables no renunciar a ello, porque lo que perdemos no cogiendo esos días de permiso es más de lo que podríamos ganar. Yo lo necesitaba, mi mujer también, y mis niñas... por supuesto.
Cojo cada niña con un brazo (no pasaban de los 3 kg cada una ni de 48 centímetros), las dos están echadas sobre mí, recostando sus cabecitas en mi pecho, oyen el latido de mi corazón, mueven su cabecita al ritmo de mi respiración y pienso... esto no lo estaría haciendo ahora mismo en mi trabajo. QUÉ SUERTE TENGO.
Revista Digital Hombres igualitarios.Ahige.Año 2 Volumen 12 .22 de Enero 2009
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