Es importante ver cómo se construyen las masculinidades en diferentes culturas, pero también lo es tener una idea de las masculinidades que predominan en Occidente, y de las formas en que han sido normalizadas. Una vez que éstas fueron normalizadas, a otras formas de masculinidades se les consideró perversas, desviadas o anormales. Es eso lo que he tratado de investigar: un tipo particular de masculinidad dominante y también de paso mi propia masculinidad. En el mundo occidental, y en especial en Inglaterra, se dio en los años cincuenta, cuando yo era niño, la normalización muy fuerte de la masculinidad, y siempre sentía uno que la propia tenía que ser probada. La inseguridad nos obligaba a ver cómo se comportaban otros chicos y ver así cómo debíamos hacerlo nosotros.
Crecí en el seno de una familia de refugiados que llegó a Inglaterra huyendo del nazismo, y mi sensación de seguridad reposaba en ser como los demás chicos. Mi propia condición de judío hacía de mí alguien diferente, y yo quería ser como los demás. La experiencia escolar fue en sí una práctica normalizadora muy importante. A través del aprendizaje intentaba imitar la manera de ser de los demás chicos. Aprender a ser un hombre inglés, madurar hacia la hombría. Eso me dio una conciencia aguda de la dinámica como se construye la masculinidad. Sentí que estaba a la vez dentro y fuera, que podía ser parte de ella y al mismo tiempo reflexionar a la distancia por estar de algún modo en las márgenes.
El grupo al que pertenecí en los años setenta --un grupo activista--, era un proyecto organizativo y tenia como propósito comprender la importancia de explorar la sexualidad. Había un aspecto terapéutico. Al desarrollarse ese grupo se dio una suerte de división entre hombres y mujeres que formaban parte del mismo: mujeres feministas, y hombres que se sentían profundamente afectados por el feminismo. Al separarse ese grupo, los varones nos quedamos juntos en un cuarto que las mujeres habían abandonado, incapaces de hablar entre nosotros, y fue un momento interesante ver cómo nuestras relaciones como hombres estaban mediadas por las mujeres y ver las dificultades que teníamos para estar entre nosotros como hombres. A partir de esa experiencia decidimos publicar una revista llamada Achilles Heel (Talón de Aquiles), que fue una de las primeras publicaciones sobre política sexual. En Achilles Heel se combatió la sensación de que la masculinidad podía verse sólo como una relación de poder, como si fuera siempre parte de un problema, esencialmente negativa y tuviera que ser abolida. La imagen era que los hombres necesitaban feminizarse. Esta idea siempre me incomodó. Siento que es importante que los hombres mantengan un contacto con sus emociones, con su vulnerabilidad, con su fuerza. Es importante tener visiones positivas de la diversidad, de las diversas versiones de masculinidad que ofrece la cultura, tener espacios de exploración en las escuelas para discutir estas cuestiones.
El vínculo entre la violencia y la masculinidad institucionalizada
Entre más aprenden los hombres a comprimir sus propios cuerpos --una estrechez que ellos mismos sienten irrespirable-- más piensan que deben comportarse de un modo determinado. Hay a menudo una tensión entre lo que experimentan interiormente y la manera en que se comportan hacia el exterior. Existe un código muy fuerte de comportamiento masculino, eso quiere decir que cuando un hombre expresa sentimientos naturales como vulnerabilidad, tristeza o miedo, esos sentimientos no pueden realmente conectarse a él. Porque si un hombre siente miedo, eso se interpreta como un signo de debilidad, y en una sociedad homofóbica, como un signo de homosexualidad. Así que cuando surge esa emoción no puede quedar registrada en la conciencia, por lo que se le transforma automáticamente en cólera o violencia. Cuando la vulnerabilidad masculina comienza a emerger, los hombres desean liberarse de ella y la descargan sobre los gays y las mujeres. Y en parte lo hacen por miedo a su propia experiencia. Por esto creo que es absolutamente vital pensar de nuevo los programas escolares a nivel nacional, en torno a un programa de lo que en Inglaterra llamamos alfabetismo emocional, en el que se les da la oportunidad a los jóvenes de identificar diferentes estados emocionales y reconocer que los aspectos de violencia revisten una importancia capital. No se trata únicamente de frenar la violencia, lo cual es importante, sino de reconocer sus fuentes más profundas, y que a menudo son sentimientos ambivalentes con respecto a su propia vulnerabilidad.
¿Cómo podemos estudiar la masculinidad?
No podemos simplemente crear la masculinidad como un objeto nuevo para la investigación científica, como si pudieras aislar a los hombres del contexto en que la viven. En México y en Latinoamérica la masculinidad se ha vuelto un tema nuevo investigación. Los hombres heterosexuales no se encuentran en la misma posición que las mujeres o los hombres gay, quienes han atravesado por un largo proceso de reflexión sobre su propia condición. Lo importante es reconocer que los hombres tienen una dificultad extrema (y esto incluye a gays y a heterosexuales) para identificar esas experiencias de masculinidad. En parte porque dichas experiencias han sido universalizadas y a los hombres se les ha enseñado, que sólo ellos son racionales, por lo que dan por sentado la racionalidad. De esa manera, los hombres aprenden a hablar por los demás. Hablan de modo más impersonal y legislan lo que creen es bueno para los otros, antes de poder realmente negociar. Conocemos las consecuencias desastrosas de cierta forma de masculinidad dominante que cree poseer el conocimiento y saber qué es lo mejor para los demás.
Los hombres no están acostumbrados a negociar. El índice de divorcios, en aumento en la clase media, se da en parte por las dificultades de negociación masculina. En México es particularmente fuerte la noción de ligar la masculinidad con la idea de ser activo. Hay un sentido muy fuerte de la actividad. Los hombres aprenden a hablar, pero les cuesta mucho trabajo escuchar. Escuchar te coloca en una situación de pasividad: tienes que recibir. Y si eres pasivo eso te hace sentirte vulnerable, y si te sientes vulnerable percibes también que tu identidad masculina está amenazada. Por ello se vuelve difícil que los hombres comiencen a cambiar sus relaciones con las mujeres, pero también, de modo distinto, con sus hijos. Los hombres desean a menudo ser diferentes con sus hijos, y hay cierto reconocimiento de formas nuevas de paternidad, pero en ocasiones sucede que estos hombres no han podido resolver las relaciones con sus propios padres. No han hecho ese trabajo emocional. Por eso es difícil relacionarse con los hijos. Les dicen a los hijos lo que tienen que hacer, y les resulta difícil no sentir que tienen que estar en posiciones de autoridad. En este contexto, no sorprende la violencia que emplean los padres contra sus hijos, pero te preguntas por qué se permite esta situación. ¿Por qué no hay un movimiento que reconozca que esa violencia dirigida contra niñas y niños es parte de la misma violencia que más tarde se ejercerá contra las mujeres, o la violencia homofóbica contra gays?
El fenómeno es complejo y es importante no simplificar. Se trata de pensar dentro del contexto de la realidad mexicana acerca de las imágenes heroicas que los hombres han interiorizado, de la autoridad que creen tener el deber de ejercer.
Cuando los hombres golpean a sus niños o niñas es porque piensan que es eso lo que deben hacer como buenos padres. Esta es una violencia cultural que se vuelve cada vez más destructiva en una época en la que los apoyos sociales se relacionan con el hecho de ser un jefe de hogar, lo cual en México y en muchas otras partes es una buena fuente de identidad masculina. Todo eso se ve socavado con la globalización, con la dificultad de encontrar un empleo regular. La base de la masculinidad se ve así amenazada, los hombres se sienten inseguros, sobre todo en las clases más desfavorecidas, por la necesidad de que sus esposas trabajen y aún más por la posibilidad de que pudieran depender de los salarios de sus esposas, cuando preferirían tenerlas en casa. Se sienten un tanto atrapados en esa contradicción. Y esto a menudo alimenta un tipo de cultura en la que los hombres que se sienten amenazados recurren a la violencia. En esa cultura de la violencia, los hombres que no tienen trabajo deben afirmar su masculinidad de otras maneras. Y en Latinoamérica no queda claro de qué maneras puede la masculinidad validarse fuera del contexto laboral.
Si anhelamos una sociedad democrática, debemos pensar en formas democráticas de familia y de enseñanza. Es importante ver a la educación sexual no sólo como una proveedora de mensajes de salud o información, sino también como un espacio en el que la gente pueda explorar sus propias vidas emocionales y sus relaciones. En mi opinión, este es un espacio muy vigoroso e importante que debemos construir tanto en Inglaterra como en México.
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