El movimiento de hombres por la igualdad nació a principios de los setenta en los países nórdicos al amparo o impulsado por las fuerzas que se generaron a raíz del resurgimiento del movimiento feminista, en plena segunda oleada del mismo.
Tradicionalmente, el movimiento de hombres por la igualdad se ha articulado a través de los grupos de hombres. Ya sea porque descubrimos todo el nuevo mundo que significa aplicar la cuestión de género a nuestras vidas, ya sea porque necesitamos hablar de algo que nos pasa y que no sabemos muy bien qué es, lo cierto es que, habitualmente, hemos tendido a crear un espacio común con otros hombres con los que poder intercambiar nuestros pensamientos y sentimientos.
En AHIGE, invitamos a los hombres a integrarse en un grupo de reflexión. No queremos reproducir el estereotipo de “militantes” que quieran cambiar al mundo sin haberse parado antes a cambiarse ellos mismos.
Los grupos de hombres son el más formidable –e imprescindible- instrumento de cambio que tenemos. Permiten crear un espacio de comunicación, en el que se crea una especial complicidad y en el que se facilita el cambio necesario en sus participantes. En los grupos de hombres, muchos de nosotros encontramos los referentes necesarios de los que carecemos en el exterior.
Esto en sí mismo es ya algo muy novedoso. Los hombres tenemos muchas relaciones sociales, pero muy pocas de ellas con la suficiente cercanía y complicidad como para poder intercambiar nuestras inquietudes personales. O, al menos, muy pocas de ellas se dan con otros hombres, sí más con mujeres. Esto tampoco es casualidad. Es producto de nuestra educación, de la competitividad con que solemos relacionarnos, del miedo a la cercanía, de nuestra incapacidad para mostrar la debilidad –y menos a nuestros potenciales competidores-, de nuestra falta de habilidades relacionales cuando se trata de hablar de cosas íntimas...
Dar el paso de empezar a reunirse con otros hombres es, en sí mismo, un hecho notablemente innovador que rompe con la tradición masculina, que hace que tengamos una visión claramente individualista de nuestro devenir vital; bajo la que se supone que nosotros debemos ser capaces de resolver nuestros problemas por nosotros mismos.
¿Cómo empezar?
A menudo nos encontramos con hombres con muy buenas intenciones de empezar un grupo pero que, tras varios intentos, están totalmente desanimados. El comienzo no es fácil. Hay que tener en cuenta que las características y circunstancias anteriormente descritas configuran una situación que rompe, totalmente, con los esquemas relacionales a los que estamos acostumbrados los hombres. Incluso llenos de buena voluntad, no es difícil pues, que una vez reunidos por primera vez, los miembros de un grupo se miren unos a otros y, sencillamente, no sepan cómo empezar.
Ante esto no hay recetas mágicas. Desde luego, una buena fórmula podría ser –que no la única- utilizar algunos textos ya escritos sobre el tema, bien cortos como artículos, bien algún libro, que también existe.
En cualquier caso, sí es importante situarse en la adecuada perspectiva. Un grupo de hombres no es un lugar para la reflexión intelectual y/o teórica. Y no es que no pueda hacerse este ejercicio mental pero, desde luego, nunca puede ser lo fundamental de un grupo.
Más bien debemos mirar hacia lo personal. Cada uno de los miembros del grupo debe mirar hacia dentro, hacia sí mismo, hacia su propia historia y, sobre todo, hacia su mundo emocional-afectivo. También hacia su vida personal y familiar, pues ahí encontrará el espejo perfecto que le devolverá la verdad sobre sus actitudes y valores.
Pero no es fácil. Los hombres no solemos tener trayectoria ni experiencias previas en mirarnos hacia nosotros mismos y hablar desde lo personal. Y esto se hace aún más difícil si, además, hemos de incluir la perspectiva de género, ya que habitualmente hemos considerado que esta cuestión sólo afectaba a las mujeres y, por tanto, no la tenemos incorporada a la visión de nuestra propia vida.
Una vez superado el primer escollo de la vergüenza a mostrarnos ante los demás, todo resulta mucho más fácil. A partir de este momento, cientos de temas se abren ante nosotros; el poder, la sexualidad, la relación con nuestra pareja, con nuestros hijos e hijas, con nuestro padre y madre, con el trabajo, con las mujeres, nuestro mundo afectivo y emocional…
Tradicionalmente, el movimiento de hombres por la igualdad se ha articulado a través de los grupos de hombres. Ya sea porque descubrimos todo el nuevo mundo que significa aplicar la cuestión de género a nuestras vidas, ya sea porque necesitamos hablar de algo que nos pasa y que no sabemos muy bien qué es, lo cierto es que, habitualmente, hemos tendido a crear un espacio común con otros hombres con los que poder intercambiar nuestros pensamientos y sentimientos.
En AHIGE, invitamos a los hombres a integrarse en un grupo de reflexión. No queremos reproducir el estereotipo de “militantes” que quieran cambiar al mundo sin haberse parado antes a cambiarse ellos mismos.
Los grupos de hombres son el más formidable –e imprescindible- instrumento de cambio que tenemos. Permiten crear un espacio de comunicación, en el que se crea una especial complicidad y en el que se facilita el cambio necesario en sus participantes. En los grupos de hombres, muchos de nosotros encontramos los referentes necesarios de los que carecemos en el exterior.
Esto en sí mismo es ya algo muy novedoso. Los hombres tenemos muchas relaciones sociales, pero muy pocas de ellas con la suficiente cercanía y complicidad como para poder intercambiar nuestras inquietudes personales. O, al menos, muy pocas de ellas se dan con otros hombres, sí más con mujeres. Esto tampoco es casualidad. Es producto de nuestra educación, de la competitividad con que solemos relacionarnos, del miedo a la cercanía, de nuestra incapacidad para mostrar la debilidad –y menos a nuestros potenciales competidores-, de nuestra falta de habilidades relacionales cuando se trata de hablar de cosas íntimas...
Dar el paso de empezar a reunirse con otros hombres es, en sí mismo, un hecho notablemente innovador que rompe con la tradición masculina, que hace que tengamos una visión claramente individualista de nuestro devenir vital; bajo la que se supone que nosotros debemos ser capaces de resolver nuestros problemas por nosotros mismos.
¿Cómo empezar?
A menudo nos encontramos con hombres con muy buenas intenciones de empezar un grupo pero que, tras varios intentos, están totalmente desanimados. El comienzo no es fácil. Hay que tener en cuenta que las características y circunstancias anteriormente descritas configuran una situación que rompe, totalmente, con los esquemas relacionales a los que estamos acostumbrados los hombres. Incluso llenos de buena voluntad, no es difícil pues, que una vez reunidos por primera vez, los miembros de un grupo se miren unos a otros y, sencillamente, no sepan cómo empezar.
Ante esto no hay recetas mágicas. Desde luego, una buena fórmula podría ser –que no la única- utilizar algunos textos ya escritos sobre el tema, bien cortos como artículos, bien algún libro, que también existe.
En cualquier caso, sí es importante situarse en la adecuada perspectiva. Un grupo de hombres no es un lugar para la reflexión intelectual y/o teórica. Y no es que no pueda hacerse este ejercicio mental pero, desde luego, nunca puede ser lo fundamental de un grupo.
Más bien debemos mirar hacia lo personal. Cada uno de los miembros del grupo debe mirar hacia dentro, hacia sí mismo, hacia su propia historia y, sobre todo, hacia su mundo emocional-afectivo. También hacia su vida personal y familiar, pues ahí encontrará el espejo perfecto que le devolverá la verdad sobre sus actitudes y valores.
Pero no es fácil. Los hombres no solemos tener trayectoria ni experiencias previas en mirarnos hacia nosotros mismos y hablar desde lo personal. Y esto se hace aún más difícil si, además, hemos de incluir la perspectiva de género, ya que habitualmente hemos considerado que esta cuestión sólo afectaba a las mujeres y, por tanto, no la tenemos incorporada a la visión de nuestra propia vida.
Una vez superado el primer escollo de la vergüenza a mostrarnos ante los demás, todo resulta mucho más fácil. A partir de este momento, cientos de temas se abren ante nosotros; el poder, la sexualidad, la relación con nuestra pareja, con nuestros hijos e hijas, con nuestro padre y madre, con el trabajo, con las mujeres, nuestro mundo afectivo y emocional…
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