En la Argentina, según datos del Barómetro de la Deuda Social de la UCA, casi el 40% de los adolescentes de entre 13 y 17 años pertenece a hogares de estrato socioeconómico muy bajo, un 45% vive hacinado, un 48% no tiene cobertura de salud y un 12% no asiste a la escuela. Y en la provincia de Buenos Aires las cosas no son más sencillas: según datos del Ministerio de Desarrollo, unos 400 mil jóvenes de 15 a 24 años no estudian ni buscan trabajo. Mientras crece el debate por la baja de la imputabilidad, los especialistas coinciden en que existe una realidad común a los adolescentes judicializados que excede toda norma: la exclusión social.Más allá del descrédito de los datos del INDEC, según el cual la pobreza se redujo un 17,8% en el primer semestre del año, Sergio Balardini, miembro del Programa de Estudios de Juventud de FLACSO, aclara: “No hay que vincular pobreza con delito, sino hacer hincapié en la desigualdad y, en este punto, la famosa distribución social de los bienes no se modificó”.A partir de esta premisa, Juan Carr –líder de la Red Solidaria– sentencia que la postergación de los chicos en situación de pobreza es la generadora del delito. Y delinea un perfil de estos jóvenes en riesgo: “Los chicos en las villas, por ejemplo, están tan marginados que hablan su propio idioma.Además, están mucho tiempo en los pasillos sin hacer nada y como sienten que algo tienen que hacer, a veces surge la oportunidad de comprar un arma. Ahí viene el delito, unido al paco y la violencia. Pero los primeros que sufren esto son ellos, por eso se trata de un problema social. Yo creo que aquel que quiere que los menores vayan presos, es aquel que vio por primera vez en su vida un chico pobre cuando éste lo apuntaba con un arma”.María Palenzuelos, asistente social, completa: “En general, los chicos que llegan al delito vienen de familias totalmente desestructuradas, sin contención, donde es común la violencia y el uso de armas. A eso hay que sumar que por las condiciones en las que viven, el resentimiento hacia el mundo exterior es grande. Por eso salen de la marginación de su barrio para robar y para cumplir con exigencias de consumo que la sociedad les impone”.Los efectos de la crisis del 2001. “Los adolescentes de hoy tenían 7 años en el 2001 y vieron cómo en vez de pesos había patacones, cómo su barrio se destruía, su padre se quedaba sin trabajo y tenían que ir al club del trueque para comer”, resume Daniel Arroyo, a cargo de la repartición, quien señala que además del estigma de padres desempleados que no transmitieron la cultura del trabajo, el consumo es otro factor de presión. “Lo que genera violencia es la ñata contra el vidrio. Los chicos pobres apuntan tanto al consumo y a la tecnología como los chicos no pobres. Para ellos el celular y las zapatillas son parte de su consumo básico para pertenecer, y entonces juzgar a alguien porque quiere tener esas zapatillas para sentirse incluido es absurdo”, completa.Medidas concretas. Los especialistas coinciden en que la única manera de reducir la delincuencia es a través de medidas concretas de inclusión, como becas y apoyos laborales.Con una mirada esperanzadora, el sociólogo Gabriel Kessler concluye: “Los últimos estudios internacionales demostraron que los delitos de juventud no son indicadores de que ese chico cometerá delitos en la adultez. Excepto que entre en el sistema de judicialización: ahí sí aumentan las probabilidades de ser futuros delincuentes. Por eso es importante trabajar con estos jóvenes ahora de manera preventiva”. (Crítica de la Argentina, pág. 28, 29/10/08)
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